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lunes, 24 de diciembre de 2007


“Si pudiera crearte,
le daría el color de la noche a tus cabellos,
para encontrar estrellas
cuando mis dedos se pierdan
entre esas madejas de oscuridad,
tus ojos tendrían el fuego verde de una esmeralda,
tu cuerpo estaría esculpido por gotas de lluvia fría,
tu piel encerraría el salado sabor de mil mares,
tus brazos formarían el hueco perfecto
donde repose mi cuerpo cansado,
toda tu anatomía estaría llena de los caminos
que mis manos deban seguir,
tu cuello encerrará el secreto
que me haga hundirme
en el aroma del deseo prohibido.

Si pudiera crearte,
serías tan fuerte como las raíces viejas,
tan temperamental como un huracán,
tan extraño como una perla negra,
tan tierno como la caricia de un niño,
tan salvaje como un animal,
tan justo como Salomón,
tan impetuoso como el océano,
tan sensible como un poema,
tan sublime como un amanecer,
tan caprichoso como un dios.

Si pudiera crearte,
tendrías la clave que abre mi cuerpo,
conocerías el secreto de mi piel,
la locura de mi alma,
el dolor de mi corazón,
sabrías navegar en mis ojos
y naufragar en mi mirada,
beberías mis lágrimas,
te alimentarías de mis alegrías,
doblegarías mi furia,
sabrías tomar las riendas
de mi maldito orgullo,
para acabar rindiéndote
al más sencillo de mis gestos.

Si pudiera crearte,
sencillamente, no lo haría,
porque sé que estás,
que llegarás,
tan exacto,
tan completo,
que ni yo misma
lo comprenderé,
pero lo harás
y una sola palabra
brotara de mis labios...
Bienvenido”.